Creo que debimos terminar lo que empezamos. Tú retiras tus manos y me miras de una manera extraña. Yo te suplico quedarte, pero no hay remedio para esto, tienes que irte. Veo que tu mamá está a lo lejos, me mira a mi y creo que siente nostalgia por esos momentos felices que pasamos los tres. Se da cuenta de que la veo y voltea la mirada, corre a ver dónde está tu padre.
Tú acaricias mi rostro y espero que no lo hagas por última vez. Espero de verdad que vuelvas y sigamos con lo nuestro. Te alejas del asiento y pretendes abandonar la mesa. "Aún no haz terminado tu café" "Ya no quiero, tengo que irme mi avión me deja". Odio a ese intercomunicador, y odio que los vuelos no sean continuos, odio que te vayas tan lejos, odio que tengas que dejarme.
Y entonces empiezo a recordar la época de felicidad en la que vivimos por mucho tiempo. Tiempo que quizá se extendió más de lo que yo iba a pensar, y es que jamás imaginé que una chica como tú podría fijarse en alguien como yo, en un perdedor que no tenía rumbo, en alguien que solamente tenía ese sueño vago de vivir de lo que escribe. "Nanda tenemos que irnos" Tu mamá te llama y yo ruego por irme contigo, pero no puedo, porque sé que si lo hago simplemente nada será igual, porque estaremos en tierras extrañas.
Me vuelves a mirar. Esos ojos café que tanto me gustan ven en mi corazón y me siento desnudo ante ti. Siento que puedes percibir mi deseo de que te quedes. Que no te alejes. Y entonces coges la taza de café y te la tomas. Sonríes y te vas.