miércoles

Dame una mano

Ya es de día.
Anoche he sufrido lo normal. Tengo 19 años, cabello negro y un brazo menos.
Siempre que hay momentos en los que tengo mucho tiempo para pensar, recuerdo lo que me pasó hace poco menos de un año. Me baño. Pienso.

Es de noche.
Estaba “completo”, al menos físicamente. Regresaba a casa y estaba muy cansado. El autobús en el que iba estaba vacío. Un anciano, una pareja cariñosa, una despistada y yo, conformaban su tripulación. Siempre me han fascinado los buses de noche. En mi mente reconstruyo las historias de esos pasajeros y pienso “¿por qué están tan tarde en un bus?”. Sube alguien más. El cobrador está dormido.
Pasamos un semáforo en rojo. Mala idea. Hay otro chofer que está apurado…Recuerdo que el anciano salió disparado de su asiento, que de la pareja cariñosa no quedó nada, más que sangre, la despistada…no volví a verla. Yo, tenía un dolor punzante en el brazo…con solo verlo sabía que ya nada sería igual.

- …Es demasiado grande…
- …¿Pero, entonces qué hacemos?...
- …creo que no queda de otra…
- ...¿Seguro?...
- …Es una lástima, tan joven y le jodieron la vida…

Noche, día o tarde, no sé.
Luego del accidente vinieron los bomberos. Recién ahí me di cuenta que el chofer, cual palomo, voló a otro nido, fugó.
Me llevaron a una clínica cercana e informaron a mis padres de todo esto. Ellos lloraron las lágrimas que pudieron sacar. Recibí amigos, enemigos también. Pero ellos ya no me miraban a los ojos, ahora lo hacían a la ausencia que dejó mi brazo. “Pobrecito” pensarán. Esas miradas de pena no me gustaban.

Semanas siguientes. Día.
Regresé a la Universidad pero pareciera que todo cambió de un momento a otro. Un accidente te marca la vida dicen. Tienen razón.
Me volví zurdo a la fuerza. Pero las sillas individuales en las que me sentaba no colaboraban. Extrañaba mi antigua letra desastrosa, ahora solo veía garabatos. Prestarme cuadernos de otros se volvió costumbre.
Querer ser periodista y ser manco es difícil. Por lo menos en el Perú. Mis notas no eran desdeñables, podía conseguir trabajo fácilmente, o al menos una práctica.
Lo intenté. Aceptado en todos los lugares a los que había enviado mi Hoja de vida. “Puedes acercarte para la entreviste personal”, no me quedaba de otra, tenía que ver a mis “nuevos” jefes.
No pasaba de la semana. Todos me despedían de la misma forma. “Eres hábil, pero tu impedimento físico hace que te retrases, necesitamos gente rápida”. Lo entendía, o al menos trataba.
En la Universidad no me iba tan bien como antes. Días después de haber regresado la amabilidad se borró de la mente de mis “amigos”. Sus cuadernos ahora eran ajenos a mí. Su amistad era lejana, casi extinta. Hacer grupo de 1 es difícil, los trabajos se te juntan y te complicas todo. En esos momentos comprendí que la indiferencia puede llegar a ser cruel, y que tener que hacer dos trabajos a la vez con 1 mano es difícil.

Ya se me hace tarde.
Termino de bañarme, de cambiarme de ropa y de desayunar. Corro apresurado a tomar el bus. He aprendido la lección, pero soy terco y digo: “total, tengo 1 brazo más, además para qué están las piernas”. Apretujado y exprimido como un limón en ceviche, estoy entre una señora gorda y un hombre alto. Trato de avanzar, lo consigo. Me aferro al cobre del auto.
Todos duermen o se hacen los dormidos. Yo los ignoro, estoy acostumbrado a eso. Ruego a Dios, porque ahora sí creo en él, que no sufra tanto hoy. El carro frena bruscamente. Me asusto. Pienso…

martes

Felicidad

Es una palabra tan fácil de pronunciar pero tan difícil de conseguir.
La felicidad puede ser de varios tipos: algunos buscan la monetaria, ser felices con billetes, nadando en un mar verde, o de oro si se puede. Otros buscan la felicidad laboral, ser el mejor en lo que hacen, destacar ante los demás.

Algunos interpretan a la felicidad como una simple risa. Una carcajada efímera que se va con el aire. Otros nunca llegan a ser felices, están amargados durante toda su vida, hasta que fenecen y nunca esbozan una sonrisa, ni por compromiso.

La felicidad que yo busco es muy simple. La mía. Ser feliz para mí siempre ha sido muy fácil. Mi felicidad se resume en el conformismo. Con las pocas cosas que me da la vida soy feliz. Alegre si se es posible.

Quisiera ser tan feliz (¿o volado?) como Willie Wonka. Vivir en ese mundo lleno de enanos y rebosante chocolote. Pero no sería feliz estando solo, quizá extrañaría a algunas personas. Ser feliz como Winnie Pooh, comiendo miel y jugando en el bosque todo el día. Pero no me gustaría que mi felicidad dependa de la llegada de alguien.

Cada vez que me miro en el espejo, veo cansancio. ¿De qué?, quizá de ser feliz, o tal vez porque los trabajos en la Universidad me quitan la felicidad. Son tantos, y tan poco tiempo, o derepente es mi falta de organización lo que me marea estudiantilmente. No lo sé.

La felicidad puede esconderse en varios lugares. Escabullirse en los compases de una canción, en mi caso, ahora soy feliz con Lemon Tree. Estar oculto en los píxeles de alguna foto. Perderse en los segundos de algún video. O para algunos, en los brazos y labios de alguien. De esa persona especial que te da cariño. Quien quiera que fuese.

La felicidad es una amante que no se satisface con poco. Ella quiere más, más. Llegar al clímax. Que tu vida depende de ella. Pero no siempre es así, y por eso se molesta, te da la espalda y se larga. Ser feliz es fácil. Eso depende de ti.

Y tú ¿Con qué eres feliz ahora? La palabra es tuya.