lunes

Un mejor amigo

Ya he perdido contacto con él, pero recuerdo su cara pálida y esos rizos desordenamente prolijos. Tengo grabado también su caminar de momia.

Sus ojos de un marrón claro iban siempre entrecerrados. Él era inteligente pero se negaba a aceptarlo, no le gustaba alardear. Eso quizá fue lo que me llamó la atención, su humildad y rareza. Siempre podía sorprenderte con cualquier cosa, quizá con un objeto extraño, o con alguna respuesta que nadie en el salón sabía.

Su delgadez combinaba con la palidez de su piel. La historia de su vida era que su madre y su padre estaban separados; ella se fue a Japón, mientras su papá decidió quedarse. En su casa, mi mejor amigo también vivía con su tío, otro ser extraño. Nunca hablaba y solo hacía señas. Gritaba cuando la comida estaba lista. 

A mi amigo lo conocí en la secundaria, cuando más necesitaba a alguien. Había pasado por la ruptura de un amor que aún recuerdo, pero que me he prometido no volver a ver. 

Él estaba en un esquina, era el nuevo del salón. Yo en mi asiento de la segunda fila. No recuerdo cómo, pero empezamos a hablar después de unas semanas. 

Ya hace más de 15 años que lo conozco, y aún él sigue siendo un misterio. No habla mucho de su vida. No sé si alguna vez tuvo novia o novio. Sé que su papá y su tío siguen vivos. Tiene dos hermanos, a los cuales no conozco. Cuando salimos, siempre termino hablando yo. 

Espero volver a verlo pronto.


Cobarde

Cuando era niño hubo un suceso que me marcó para toda la vida. Desde ese momento, he sido un cobarde. 

Es de las pocas cosas que recuerdo de mi infancia. Tristemente, es un recuerdo malo, lleno de lágrimas, furia y angustia. 

Estaba con mi madre, yo tenía 5 años. Caminábamos rumbo a un mercado que quedaba cerca a mi casa. Siempre me gustaba acompañar a mi madre a comprar, porque aprovechaba para pedirle dulces o algún juguete que terminaría perdiendo. 

Íbamos de la mano. Recuerdo que faltaba poco para llegar al mercado, solo debíamos cruzar una avenida y ya. El semáforo da verde para los autos y tenemos que esperar. Recuerdo que estaba mirando el estante de una tienda, cuando de pronto veo que un hombre que no conocía se dirige a mi madre. Se acerca cada vez más. Ya estaba a un paso de mi y, sin ningún aviso, la jala del cabello a mi madre y le da un empujón.

Mi madre agarra aún más fuerte mi mano, y escucho que el tipo le dice algo. Por la forma en cómo mi madre se aferraba a mi, podía sentir miedo, pero también cólera. Con la mano que tengo libre, cojo una piedra, pero algo me impedía tirarla con fuerza a ese sujeto que intimidaba lo más preciado que tengo. 

Me pongo a llorar, la piedra sigue en mi mano. Un instante después, el hombre se va corriendo, con la cartera de mi madre. Y yo me quedé ahí, pasmado, con los mocos que se me salían. Mi madre se agacha y me abraza. Desde ese momento, soy un cobarde. 




Oscuridad

No pensé volver a este lugar (al menos no así). No pensé volver a tener pensamientos oscuros y autodestructivos.

La madurez pensé que era una meta que ya había alcanzado, pero parece que no es así. Me falta mucho aún por aprender, pero no sé si tenga las ganas y las fuerzas para hacerlo. Mentalmente me estaba recuperando, pero ahora vuelvo atrás. No muy atrás, pero finalmente es un retroceso.

No quería llorar hoy, no quería sentirme un inútil hoy. Quería seguir en esa recuperación. Quería seguir sanando la herida que todavía me pesa. Es complicado, en algunas circunstancias, mantener los buenos ánimos, hacer como si nada pasara y seguir sonriendo.

Aprendí, desde adolescente, a poner una sonrisa y llevar las cosas con calma. No porque sea un tonto optimista, sino porque así no veían que los golpes me dolían. En situaciones como esta, no puedo sonreír y seguir de largo. 

Hay cosas que debo pensar y repensar. Cosas que debo aprender a entender, a aceptar, a procesar y a pretender que no me afectan. Son cosas insignificantes, pero que mi mente de maní a veces no entiende.