La superación es algo innato a uno. Querer ser superior ante los demás de cualquier forma, ya sea académica o sentimental. Sí, sentimental, ser tan atorrante y atrasar a tu mejor amigo con la persona a la que él ama. Dejarlo atrás, mirando como tú y la chica que casi fue de él, se besan en la butaca de adelante. Mientras que él atónito tendrá que conformarse con comer canchita más salada por sus lágrimas y ahogarse con un vaso de gaseosa.
Cuando uno quiere destacar de manera académica entonces no hace otra cosa que encerrarse en su cuarto, y zambullirse en libros. No dejar que nadie pase, ni siquiera un poco de luz. Solo el aire y él son los huéspedes de ese espacio.
Leer hasta decir basta, y aprenderse todo. Saber, por ejemplo, que el estado de Florida (U.S.A.) es más grande que Inglaterra. O que Alva Edison, inventor de la bombilla, tenía miedo a la obscuridad. O también algo insignificante como que una cucaracha puede vivir varias semanas estando decapitada.
A mí siempre me han molestado esa clase de geniecillos, aunque, en alguna etapa de mi vida, yo fui uno de ellos. Me arrepiento de haber sido así, pero mis padres me obligaron. Recuerdo que me pasaba más de 6 horas diarias estudiando luego de venir del colegio. Fue una etapa horrible de mi vida. Una época en la que me uní al lado nerd de la fuerza, pero milagrosamente llegó la adolescencia y con ello la rebeldía.
Uno también puede destacar en lo laboral. Ser el mejor de la oficina. Querer llegar a ser el jefe de todos, pretender que uno sabe más que los otros, que se es más hábil. Tener un ascenso lo más rápido posible para así poder ganar más dinero. Tener más cosas, ser más codicioso.
Y tú. ¿De qué manera quieres destacar? La palabra es tuya.
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