domingo

Cuento nocturno - Sé feliz (I)

Su mirada me expresaba un vacío infinito. Ella, triste como solía ser, me cogió de la mano y me devolvió ese anillo que nos apresó por dos años. No me dijo nada, solo se quedó ahí, parada, inerte a todo. Yo perplejo ante todo eso le pregunté ¿Por qué, acaso no eres feliz?, y yo sé que no. Nunca. En todo este tiempo, ella jamás me había expresado su felicidad.

Nuestra relación se inició casi de manera mecánica. La conocí en una noche de invierno, dentro de una discoteca sin nombre de esa ciudad oscura. La vi sentada cerca de la barra, estaba sola, callada, triste y pérdida. Y a mi, estúpidamente, eso me pareció atractivo. Me fijé en ella porque me parecía interesante.

Solo me bastaron dos horas para comprender que ella era, literalmente, distinta a todas. Me contó, ignorándome por completo, que sus padres se habían divorciado hace ya mucho tiempo, cuando tuvo que decidir con quién irse, escogió al que menos atención le prestaba, su padre. Tiene un hermano gemelo que no ve muy a menudo, la última conversación que tuvieron, fue cuando él le llamó para invitarla a España para que vaya a su matrimonio con un filipino fogoso que conoció un verano.

¿Qué se supone que voy a hacer sin ti?  Ella fue a una banca, sacó de su cartera la primera foto que nos tomamos juntos, la rompió y dijo ¿Ser feliz quizá? Luego de eso se sacó los zapatos y se fue caminando como si nada hubiese pasado.

Tras salir juntos de ese antro lleno de penumbra, nos fuimos a mi casa. Ella, y esto me parece raro, jamás se resistió. Esa noche ella cumplía veinticinco años. Feliz cumpleaños. ¿Feliz?. Claro es una año más de vida. ¿Y entonces por eso debo festejar? Yo jamás quise venir. Esas estúpidas me arrastraron. Y por primera vez ella mostró un signo de humanidad. Sintió rabia por esas testarudas amigas que no saben el significado de un no.

¿Por qué caminas con los pies descalzos?. Porque solo así siento que soy libre, siento que nadie me puede controlar. Se fugó de la casa de su padre a los quince años porque ya estaba aburrida de estar ahí. Alistó sus maletas otra vez, cogió dinero de un cajón y se fue. Escribió una nota y la dejó en la puerta "No me esperes". Su papá jamás la buscó.
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