Sus ojos de un marrón claro iban siempre entrecerrados. Él era inteligente pero se negaba a aceptarlo, no le gustaba alardear. Eso quizá fue lo que me llamó la atención, su humildad y rareza. Siempre podía sorprenderte con cualquier cosa, quizá con un objeto extraño, o con alguna respuesta que nadie en el salón sabía.
Su delgadez combinaba con la palidez de su piel. La historia de su vida era que su madre y su padre estaban separados; ella se fue a Japón, mientras su papá decidió quedarse. En su casa, mi mejor amigo también vivía con su tío, otro ser extraño. Nunca hablaba y solo hacía señas. Gritaba cuando la comida estaba lista.
A mi amigo lo conocí en la secundaria, cuando más necesitaba a alguien. Había pasado por la ruptura de un amor que aún recuerdo, pero que me he prometido no volver a ver.